Recientemente, en la serie de sermones que estamos exponiendo en la carta de Pablo a los Colosenses, predicamos un sermón titulado: ¡Cuidado con el ascetismo!, basado en Col. 2:20-23, y en el que Pablo advierte a estos creyentes contra esta práctica religiosa.
El asceta cree que por llevar una vida de abstinencia encontrará favor delante de Dios. De manera que, al igual que el moralismo, es una terrible distorsión del evangelio.
Luego del sermón, algunas personas preguntaron acerca del tema del ayuno. ¿Es bíblico ayunar, o se trata de una práctica también condenada por las Escrituras?
En el AT se menciona el ayuno en unos 40 textos, y en el NT en unos 30. Y aunque debemos admitir que no se nos da en la Biblia una definición del ayuno, ni tampoco un mandato explícito que obligue el creyente a ayunar, aún así tenemos en las Escrituras suficiente información como para definir lo que es, y para ser impulsados a hacerlo.
En esta entrada, y la próxima, quiero responder dos preguntas clave sobre el tema del ayuno.
¿Qué es el ayuno?
Alguien ha dicho que “se trata de una abstención temporal de la comida y la bebida acostumbrada, por razones devocionales” (A. Kuiper; The Practice of Godliness; pg. 100). Y Donald Whitney, en un tono similar escribió: “Es una abstinencia voluntaria de tomar alimentos, por un propósito espiritual”.
La palabra “ayuno” significa lit. “no comer”. Pero el asunto es más profundo que ponerse a dieta. Incluye la abstención de comida, pero no como un fin en sí mismo, sino más bien como una expresión de humillación y aflicción delante de Dios. Si no hay un propósito espiritual de por medio, la abstinencia dejó de ser ayuno en el sentido bíblico para convertirse en una simple dieta.
Ahora bien, debemos luchar contra todo pensamiento que nos lleve a ver el ayuno, o cualquier otra manifestación de devoción, como algo mecánico. “Si hago esto obtendré esto otro”. El dejar de comer no nos hará más espirituales; ni tampoco inclinaremos el corazón de Dios o lo enterneceremos sólo por el hecho de pasar hambre. “Mira, oh Dios, el sacrificio que estoy haciendo. ¿Acaso no te da pena de mí?”
Si esa es tu forma de pensar, no sólo tienes una visión distorsionada del ayuno; tienes una visión distorsionada de Dios mismo. No ayunamos para ablandar el corazón de Dios. Lo hacemos porque en ciertas circunstancias es apropiado que echemos a un lado todo aquello que pueda ser un motivo de distracción para dedicarnos de manera especial, y por alguna causa especial, a la oración y a la meditación.
Esto nada tiene que ver con esa idea platónica de que la materia es mala, y de que lo único bueno en el hombre es el espíritu. Dios nos manda a cuidar nuestros cuerpos lo mismo que debemos cuidar nuestras almas.
Pero tenemos que reconocer que nuestro cuerpo ocupa casi todo nuestro tiempo demandando comida, vestido, descanso. Estamos normalmente muy ocupados satisfaciendo las demandas de nuestro cuerpo, de modo que queda muy poco tiempo para la meditación y la oración.
Y hay ciertas situaciones que vienen sobre nosotros que nos moverán a buscar el rostro de Dios no sólo en oración, sino también en ayuno; echando a un lado cosas que son lícitas como el comer o el beber, para no tener ninguna distracción en nuestra búsqueda de Dios.
En la próxima entrada veremos ¿cuándo es apropiado para un hijo de Dios ayunar?
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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