lunes, 8 de noviembre de 2010

Lecciones de un Rescate Espectacular


Lecciones de un Rescate Espectacular

Finalmente, y luego de 69 días atrapados bajo tierra (para algunos 70), los 33 mineros chilenos comenzaron a ser rescatados en un operativo espectacular que concluyó en el día de ayer, a un costo de más de 22 millones de dólares.
Una cápsula llamada Fenix, diseñada y construida con la colaboración de la Nasa, descendió por un ducto de unos 622 metros de profundidad y 66 centímetros de ancho, sacando a los mineros cronométricamente cada 40 minutos.
Además del profundo drama humano que se vivió estos 70 días en el yacimiento de San José, hay algunas lecciones espirituales que podemos derivar de esta labor de rescate.
En primer lugar, una vez más se pone de relieve el valor que damos a la vida humana. Por más que los evolucionistas se hayan empeñado en popularizar su hipótesis de que no somos más que el producto accidental de una materia que misteriosamente, y con el paso de millones de años, evolucionó hasta convertirse en lo que somos (“basura cósmica”, como dijo alguien una vez, no diferente en esencia de un perro o una roca), tal parece que muchos no han comprado esta teoría a nivel sicológico.
Millones de personas en el mundo entero estaba atenta al rescate de estos mineros, y el gobierno chileno estuvo dispuesto a invertir lo que fuere necesario para sacarlos de allí con vida.
Los que se congregaron en el desierto de Atacama este martes, estaban visiblemente emocionados por el posible éxito de esta misión de rescate, aunque muchos de ellos ni siquiera conocían personalmente a ninguno de estos mineros.

Y es que la vida humana es valiosa, tan valiosa como para invertir más de 22 millones de dólares para rescatar 33 seres humanos atrapados en el corazón de la tierra.
Por otra parte, cuando veía por TV las escenas del rescate no dejaba de pensar en el evangelio de Cristo. Aunque el rescate de estos mineros fue emocionante, costoso y espectacular, no puede compararse siquiera con la obra de Cristo en la cruz del calvario para rescatar a los pecadores de la condenación del infierno (al costo de Su propia vida) y reconciliarnos con Dios.
Cuando veía los rostros sonrientes de la multitud congregada en el desierto chileno, constantemente venía a mi mente el hecho de que hay gozo en el cielo por cada pecador que se arrepiente (Lc. 15:7, 10).
La salvación de un pecador es un hecho infinitamente más trascendente del ocurrido en Chile esta semana; y sin embargo, no es algo que se reseñe en los diarios o se le dé cobertura televisiva, porque el mundo tiene otros valores.
Me emocioné profundamente viendo al último de los mineros salir a la superficie y ser abrazado por el presidente de Chile, Sebastián Piñera. Pero debemos pedir a Dios que no permita que nos acostumbremos al hecho glorioso de que un hombre sea rescatado de la condenación del infierno por medio de la preciosa sangre que el Dios encarnado derramó en la cruz del calvario por personas que le odiaban.
Todos los presentes cantaron emocionados cuando salió, por fin, el último de los mineros. Hay emociones que son tan profundas que no pueden expresarse por la prosa; deben ser cantadas. Y ninguna más trascendente que la salvación que disfrutamos en Cristo (comp. Is. 12:1-6).
Finalmente, es en momentos como esos, cuando el hombre palpa sus limitaciones, cuando se hace evidente que nuestras vidas están en las manos de Dios. Cuando el segundo minero, Mario Sepúlveda, salió a la superficie, sus palabras fueron: “Dios y el diablo me pelearon, pero ganó Dios”. “Nosotros hicimos lo humanamente posible, pero también reconocimos que la vida de los mineros estaba en las manos de Dios”, dijo el presidente Piñera. Otros expresaron lo mismo en palabras similares.
No sé qué tan profunda era su comprensión de lo que decía, ni cuán sinceras fueron sus palabras, pero en ese momento no pudo haber expresado una verdad más relevante.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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